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Por Miguel Alejandro Rivera
El 15 de mayo, los palestinos conmemoran una fecha triste. En su cultura se le conoce como el Día de Nakba, que rememora cómo más de 750 mil miembros de su nación huyeron o fueron expulsados de sus hogares después de que Israel proclamara su independencia el 14 de mayo de 1948.
En aquella fecha, tan pronto el Estado sionista se instauró en una parte de Palestina, comenzó una guerra a todas luces dispar: una nación sin ejército, sin reconocimiento internacional, un pueblo musulmán contra un nuevo país con el apoyo total de Occidente, en especial de Estados Unidos, a quien, en una época convulsa como lo fue la posguerra, le urgía generar aliados estratégicos en regiones del mundo donde carecía de presencia.
Lo hizo en Irán, patrocinando al Sha Reza Pahleví, y lo hizo con Israel, Estado que se ha ido expandiendo por todo el territorio que desde hacía siglos le correspondía al pueblo palestino.
En aquellos tiempos, surgieron para los palestinos simbolismos tan importantes que en la actualidad siguen siendo clave: el llevar una llave colgada al cuello significa que, algún día, todos aquellos expulsados de sus hogares algún día habrán de volver y con ella abrirán sus puertas.
Según UNRWA, se considera persona refugiada de Palestina a aquella “cuyo lugar de residencia habitual, entre junio de 1946 y mayo de 1948, era la Palestina histórica, el actual estado de Israel, y que perdieron sus casas y medios de vida como consecuencia de la guerra. Las descendientes de esta población son también considerados refugiadas por la Agencia”.
Según la agencia de la ONU, hoy, son más de 5.9 millones las personas “que esperan dejar de serlo para convertirse en ciudadanos de pleno derecho”.
A este crudo panorama se le debe sumar la declaratoria de guerra que, a más de 7 meses, tiene asediada a la población palestina en su propio territorio y ha dejado al menos 35 mil muertos. Rafá, que era su último bastión en la Franja de Gaza, actualmente es atacado por las fuerzas israelíes, que justifican la necesidad de destruir al movimiento propalestino Hamás.
Pero, incluso su eterno aliado, Estados Unidos, afirmó que el hostigamiento al sur de Gaza no es la solución. El jefe de la diplomacia estadunidense, Antony Blinken, afirmó que los ataques sólo generan “caos y anarquía”, pues “hemos visto que Hamás regresa a zonas que Israel liberó en el norte, incluso en Jan Yunis”. Asimismo, el funcionario advirtió que dicha incursión militar puede generar un “enorme riesgo para la población civil, sin resolver el problema”.
¿Qué clase de sordera es la que sufre Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, que no entiende ni las razones de su más grande protector? La obsesión que el gobierno hebreo tiene contra los palestinos ya es inhumana y trasciende por mucho los límites del derecho internacional.
Por eso, el día de Nakba no puede pasar inadvertido. Es importante utilizar cada oportunidad para recordad que la guerra en Gaza es desigual, injusta y no se originó hace unos cuántos meses, sino que es un conflicto histórico en el que, desde sus orígenes, se diseñó para que los grandes perdedores fueran los palestinos.
Amnistía Internacional pidió que, en el contexto del Nakba, se permitan las protestas en Europa y no se criminalice a quienes apoyan al movimiento de la nación palestina. La pugna por los derechos humanos de una nación no es antisemitismo ni es una declaración de odio contra los judíos del mundo, es simplemente el repudio al estado de Israel y su gobierno, que comete el genocidio más doloroso de nuestros tiempos.